Humedeció los labios desfigurados por un error en la inyección de silicón, manos sudadas sobre la bola de cristal con una vela en el interior. La tenue luz iluminaba de abajo hacia arriba su faz ceniza a través de los orificios diminutos, y añadía unos tonos rojizos a sus ojos completamente obscuros de un matiz gris pardo. Estaba cansada de jugar a la bruja, de canalizar muertos vivientes en ella, delincuentes de su calaña. Ese antiguo oficio ya no dejaba nada más que humanos decepcionados, quienes veían en ella una respuesta que ya sabían. Esos espectros que atraía eran sus muertos, no de quienes canalizaba. A cada quien sus muertos.
A su alrededor cuerpos etéricos santeros flotaban en la espera de la búsqueda de alguien que los extrañara en la ciudad que hacía culto a la Santa Muerte. Ellos y la medium, solos, solas completamente abandonados, a su mala suerte.
Una lluvia de cenizas de páginas codificadas que ardieron en la hoguera del hechizo flotaban como pequeñas plumas danzando al viento sutil. Inútil culto a las osamentas de los últimos años.
Esperanza permanecía sentada en la espera de su turno. Manos sudando, yemas rozan violentamente desesperadas las teclas del cristal del olvido. Un matraz se agita, rompe el silencio y deja escpar el aroma ficticio del más acá. Mezclo su putrefacta matrix con el inscienso y los nudos de las axilas oxidadas de la otrora matrona. Cuántos nacimientos y abortos. Cuantas vueltas y revueltas en las rutas del pecado. Regresos sin final de laberintos insondeables y lecturas no leidas. Talentos desperdiciados. Lentos talentos. Buscaba enredada como momia entre polvientos y pestilentes hilos magenta y marrón que guardaba bajo su regazo como un escape de su irrealidad.
A pesar de estar casi a 100°F en la primavera desértica, el frío no la abandonaba.
No podía dejar de mirar a la jóven Esperanza a través de la cortina transparente y le gustaba contemplarla en las grabaciones virtuales que había hecho de ella durante la lectura de cartas. Ella, la joven, no sospechaba que le gustaba aspirar su aroma, su delicadeza, su forma de sentir. Y que se sentía autora de sus venturas, que pronto serían desventuras si no accedía a las peticiones, perdiciones materializadas en la desesperación por sentir. Le seducía la luz de su aura. Mojaba sus labios deformes con su lengua seca que alcanzaba moscas a largas distancias al contemplar su juventud.
Quiere sentir, quiere ser, aunque la paciencia se desvanece. Duele la falta de dolor. Desespera la falta de amar. Amor es sólo cuatro letras. Juventud se había ido a pesar de no ser tan vieja y los efectos del espá duraban cada vez menos, inútil visita a la máquina del tiempo.
Personajes estaban a la espera de salir al aire, de debatir con ella el porque se los quiso comer. Discernir sus interpretaciones para con los otros, no su absurda personalidad que ya no era motivos de porqués. Sólo quedaban unos cuantos días, para ver su danza de heces en ese viejo edificio del otro lado con el maestro. Cada uno tal cual era, cada uno como yo quise que fueran, pensó. Ya una de sus seguidoras con pelo de angel andaba invocando a la secta de selectas que asistirían al encuentro. Banderas con ángeles verdes, veladoras con santos, seres de Luz y Fer, símbolos de objetos de amor, flores blancas, y bocaditos de queso embasamado convino, con vino de orines de rata en mestruación fermentados y separados minuiciosamente en porciones individuales.
En China y Taiwan los hilos magenta y verde neón tejían en la danza del telar, el traje típico mexicano a la espera de la soberbia compradora. Bisutería en fantástica pedrería imitación conformaban olas frívolas acorde para la ocasión. Pronto portarían el sello del águila, Hecho en México, dentro de su respectivo rectángulo con las esquinas redondeadas.
Sus máscaras se estaban preparando. Primero el engrudo, polvos blancos con agua, vuelta que vuelta, dale que dale, calienta caliente. La pintura esperaba en sus embases impregnar los pinceles para luego convertirse en líneas expresivas, emociones superfluas, sobre los antifaces.
Sentir, quiero, lo siento no puedo.
Las letras lloviendo desde la tierra, la rodeaban la aprisionaban. Los hechizos no funcionaban y cada vez creían menos que nada en ella. Todavía no empezaba y un camino de lágrimas saladas coronaba su tocado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.