jueves, 25 de junio de 2015

París, camino al arte de la reconciliación.


Deprimida, y con diferente compañera de cuarto. No tenía ningún plan para ir a ninguna parte además de los museos, la lectura y taller literario con la poeta Heather Hartley. Después de una noche inquieta, ya que la joven estudiante estuvo en el teléfono durante algunos momentos de la noche. Por fin descansé un poco, me levanté a almorzar temprano, yogurt con frutas, café y un croissant. La soledad acompañaba la intuición de mis pasos adoloridos, guiados hacia la novedad de La Ciudad de las Luces. 
Profanación de La Républiqué
 
El domingo era mi día libre. No tenía plan con nadie, las jóvenes de la licenciatura, tenían sus propias rutas. Observé el mapa y con descuido ubiqué el museo Picasso y después caminaría hacia donde me llevaran mis pies. El museo fue una gran experiencia. El entrar, ignoré por completo al guardia, quien desesperado me llamaba suavemente “madam, madam… madam!” Giré mi cabeza un poco confundida, nunca antes alguien me había llamado madam. Dijo algunas frases que no entendí, luego le pregunté “English? ¿Español?” tenía que comprar un boleto, me mandó a una fila, donde me dieron acceso al módulo y entré al Museo Picasso. Ahí se encuentran muchos bocetos y obras del pintor español. Había mucha gente y constantemente sonaba la alarma que vigila que no se acerquen demasiado a las pinturas. Tres pisos estaban repletos de mujeres, hombres y toreros representados en diversos tiempos, posiciones y técnicas, además études de otras obras. Salí del museo después de recorrer toda una época del arte contemporáneo. Mis pies se adaptaron al dolor del viejo camino, que intuitivamente me llevaba a conocer lo necesario de París. Tal vez lo habría caminado en otra vida, porque, con tal seguridad me desplacé por las angostas callecitas. Llegué a una iglesia San Pablo, pensé en depositar una vela por la salud de mi hijo y de su padre, que con mi viaje se había enfermado de los nervios y las hemorroides lo tenían a dieta. Pero no, eso lo haría en La Madelaine. Llegué a Bastille y comencé a pensar en regresar a la plaza de la República. Lo hice por intuición, vi la calle Voltaire y tomé su mano, confié en su espíritu. Caí exactamente en un café en frente de la plaza Republique. Me senté en la esquina contraria a mi café favorito. Pedí un vino y mientras observaba a los paseantes. El tráfico nunca se detenía, la gente iba y venía en bicicleta, caminando por las banquetas o en auto. Tres carros se detuvieron con el rojo del semáforo. Repentinamente, del segundo carro en la línea frente a mí, se abrió la puerta de atrás y una mujer en bicicleta se estrelló con ella. La mujer calló furiosa muy cerca de mis pies. Alta, de piel obscura y de complexión fuerte, se levantó sacudiéndose, moviendo sus manos con fuerza y le dijo tantas cosas a las pasajeras del carro que no entendí, pero supe por el tono que estaba furiosa. Las señoras del coche la miraban asustadas. Ella se fue y de las mujeres del coche, una continuó caminando hacia el metro, la otra regresó al automóvil. Me tomé el último trago de vino y algunas papitas fritas, cortesía del restaurant. Regresé al hotel. Mi compañerita ya estaba en su cama, con la cabeza dentro de su teléfono y la televisión prendida —no hablaba ni entendía francés, creo que para no sentirse sola o arrullarse. Mi familia usa ese recurso para dormir.  El cuarto se sentía sofocado. Me regresé a la calle. Busqué de nuevo un café y me senté a tomar otra copa de vino, esta vez champagne. Ya sentada en espera de mi bebida observaba alrededor, una pareja se besaba con pasión en una mesa frente a mí. Atrás, una bella joven bebía y se embebía en su celular. Observé en frente una escuela para el comportamiento, un pequeño negocio de crepas en una esquina, la mayoría de los negocios tenían las cortinas de metal cerradas a esa hora, eran como las 10 de la noche, o del atardecer porque aquí el crepúsculo llega más tarde, y de repente llegó uno de los maestros. Él estaba hambriento, platiqué cosas interesantes sobre las clases y París. Recuerdo que él dice que lo mejor que se puede hacer en París, es no hacer nada, solo sentarte y observar. Buscaba la cercanía de los maestros porque los estudiantes de licenciatura no se tomaban el tiempo para platicar de literatura, arte o autores, vivían una vida muy acelerada, querían comerse París en minutos. Y los estudiantes graduados simplemente eran una trinidad herméticamente custodiada por la figura femenina de una poeta egoísta, necia y arrogante.
Latin Quarter
Cortázar y Dunlop
Mensajes para Cortázar
El lunes fuimos al Louvre, tenía mucha curiosidad por conocer las obras que alguna vez había visto en mis clases de Historia del Arte. Es toda una odisea entrar en el enorme museo. Las obras que allí pernoctan, varían desde la antigüedad hasta el renacimiento. Es increíble, la dinámica para ver a La Monalisa, quien es toda una diva. Te enfrentas a una estampida de turistas queriendo tomar la foto de la famosa pintura. Uno se echa un clavado entre los humores, alientos y cuerpos de gente de todas partes del mundo, para poder acceder a la cercanía de cuatro metros de distancia frente a ella. Ella, cruzada de brazos con su sonrisa sutil, de óleo, congelada en el tiempo, orgullosa, protegida tras la barrera de un cubo de cristal, alarmas y una docena de guardias, nos observa tranquilamente. Ta vez Da Vinci, nos observa desde otra dimensión a través de esta obra. Leonardo construyó una imagen de si mismo bastante atractiva. Tiene 16 obras, lo demás son bocetos. Era conocido por ser procastinador. Si, muy creativo pero pocas obras llevó a la realidad. Es la Gioconda un fenómeno extraño, algo parecido sucede con Afrodita y la Esfinge. Las demás obras, que son tan buenas o mejores, pueden se vistas con tranquilidad y hasta puedes sentarte a contemplarlas. Regresamos a un pasillo donde nos tiramos a esperar a los demás, yo puse mi espalda sobre el piso, me quité los huaraches y levanté mis pies sobre la pared. Mis ancestros tarahumaras, aquellos de los pies descalzos estarían orgullosos de mi. Al salir del museo fuimos caminando en dirección a la Torre Eiffel. Nos tomamos algunas fotos de grupo bajo el Arco del triunfo, pasamos por el  antiguo obelisco egipcio y de allí tomamos el metro hacia la torre. Este día caminamos más de 8 millas, nuestros cuerpos nos obligaban a concienciarnos de su existencia, dolor, dolor y más dolor, pero nadie renunció a la experiencia. Caminamos, caminamos hasta que apareció erguido el magnificente monumento de acero. Las ganas de orinar exigieron que se les concediera importancia. Un grupo de cinco o seis chicas y yo corrimos en búsqueda de un baño. Después de una larga caminata dimos con uno, bajo la torre pero estaba cerrado. “Por allá hay uno” Vamos en un carrito, ya no aguanto, dije a las jóvenes, y pagué diez euros a un pequeño carruaje turístico, para encontrarlo. Era un baño público, de limpieza automática que toma su tiempo y de los que hay por todo París. Había una fila como de veinte personas. Corrimos hacia un café, y allí, pedimos ayuda, el mesero nos detuvo para preguntar si íbamos a consumir, así que comimos en este café. Las chicas pastas carbonara, bolognesa, hamburguesas, sándwiches, entre otros, yo quiché con jamón. Tomamos unas copas de vino y al final hicimos un día de campo, para ver el atardecer y la torre en la noche con las luces encendidas. La convivencia fue bastante divertida, jugamos a contar tres historias, una de ellas sería mentira. Una práctica literaria que desconocía. Creo que me regreso a la licenciatura. El regreso en el subterráneo fue divertido, muy relajado y lleno de risas y diversión. Un hombre parecía haberse enamorado de mí mientras en mi borrachera les gritaba a los franceses dentro del vagón, que ellos se creían mucho porque eran descendientes de Magdalena y Cristo. El hombre pareció causarle gracia mi desfachatez de borracha que se acercaba a mi y me decía cosas suaves en francés. Jorge, un joven y talentoso escritor,  a quien conocí en el Diario de Juárez, era mi celestino. El hombre me hizo señas de que bajara con él. Pero no, soy una mujer casada y no estoy en posición de aventuras extramaritales y menos tan lejos. Se despidió de mi con un beso en cada mejilla, una estación antes de nuestro destino. Bajamos en Republique y dormimos todos bien, hasta mi compañera, quien masturba su cerebro con su teléfono toda la noche. París es de noche cuando en América es de día.
El cuarto día, Martes, después del desayuno, nos fuimos en el metro al tour caminata Writers, artists & intelectual in the Latin Quarter —St Germain des Prés. Bajamos del metro en San Michel, allí se encuentra una iglesia del mismo nombre, que tiene una gran estatua del arcángel Miguel en su fachada. Se ubica cerca del Sena y desde aquí se ve la catedral de Notre Dame. Esta área es particularmente conocida por que aquí se localizan departamentos donde vivieron importantes personajes de la música, la literatura y la pintura. Tales como Josephine Baker, una actriz de cabaret y activista en pro de los derechos civiles. Mucha gente vino aquí exiliada, ya que en sus países no se les permitía ejercer sus profesiones. Aquí llegó también el jazz, artistas visuales, intelectuales y filósofos. Vimos donde vivió Burroghs, James Baldwin, Gertrude Staines, que escribió Melatina, tenía buena relación con Sartre y Behaviour. También Richard Right, Henry Turner y Carol Dunlop.

Dia de Campo en Torre Eifel
Mientras la guía nos enseñaba una gran puerta y comentaba que la gente en Francia prefería guardar su intimidad porque la consideraba sagrada y para prevenir las malas intenciones de los extraños, me acerqué con descuido al frente del grupo para entrar y tomar una foto del interior, tropecé con una pieza de acero que sostiene la puerta y mi huarache se rompió. Caminé un rato con la sandalia rota, pero en cuanto nos dio tiempo para descansar corrí hasta encontrar una zapatería. Entré a la pequeña tienda, escogí rápido unos huaraches fabricados en Francia, mientras la dependienta me decía que había estado en El Paso, Texas, una vez que voló de Los Ángeles a Austin. 80 euros valían la pena para sanar mis pobres pies que estaban desarrollando un callo en la planta. Nada que mis pies Rarámuris no pudieran soportar. Salí corriendo de la tienda mientras por los audífonos que nos proporcionó la guía de turistas, escuchaba al grupo platicar muy cerca, a la siguiente cuadra estaban todos. Compré una empanada y una ensalada en un restaurant que tenia refrigerador de cristal afuera del local. Vendía lonches y sodas, digo baguettes preparados con carnes frías y otras bebidas. La empanada estaba cruda —así me la comí.— y la ensalada se me olvidó por días en la bolsa de los zapatos, abandonada en el cuarto del hotel. —No me gustaba mi cuarto y no quería estar allí. Prefería re-conocer los caminos de París.—
La gráfica en París...
 Nos señaló un café donde comían todos los artistas. Me vi allí, quise regresar, pero no pude. Luego nos fuimos a caminar a los jardines de Luxemburgo y al panteón Montmartre. Una estudiante de licenciatura me dijo que fuéramos al cementerio donde está enterrado Cortázar y yo me dejé llevar. Allí encontré también la tumba de Simone de Behaviour y Jean Paul Sartre, también la de Porfirio Díaz y muchos artistas escritores, pintores y escultores, tome algunas fotos de las tumbas. Dejamos mensajes en papel bajo una piedra, a Simone y Cortázar. Ellos tienen muchos mensajes, pero Simone y Sartre tienen además, besos en la lápida. No sabía de estos rituales. Ni siquiera me tomo el tiempo de visitar a mis familiares muertos en Juárez… Me llamó mucho la atención cuando un hombre estaba grabando el epitafio en la tumba del alguien. Eso me parece muy poético, pensar que puede decir tu tumba, mientras estás vivo. El hombre estaba sentado en la lápida y con un cincel golpeado por un martillo, con mucha paciencia, grababa una lectura sobre el mármol negro, parecía un fantasma. ¿Qué quisieras que dijera tu epitafio?
¿Qué te gustaria que se escribiera en tu epitafio?
Luego corrimos a la Mansión de Víctor Hugo, cerca de Bastille, tardamos un buen rato en dar con ella, pero al final valió la pena ver la habitación del autor de Los Miserables. Es interesante respirar donde un escritor importante, ahora fallecido, ejercía su arte. También pasamos por el departamento donde Picasso pintó el Guernica. De allí caminamos por toda la Avenida República hasta llegar al café República para disfrutar de la deliciosa comida francesa. Yo opté por el Foie Gras, la mayoría comían pastas —generalmente comían pasta, pizza y crepas, un profesor pidió un plato de quesos y el otro sopa de cebolla. Acompañamos nuestra comida con Bordeaux, que es generalmente el vino de la casa. La calle era una continua estampida de turistas, transeúntes y nativos. Después de que los compañeros del viaje se retiraron, me quedé en el café y me senté en una silla frente a la plaza, para entregarme a la observación. En cuanto la soledad, en medio de miles de personas me rosaba el corazón, las lágrimas del Sena empezaron a correr por mis mejillas. “es hora de recurrir al  vino, aconsejó un amigo desde Amsterdan.” El mesero preguntó “Are you ok madam?” Si, solo estoy nostálgica, le dije, mientras la estatua profanada de la Republica se deformaba a través del líquido lagrimal. Pedí un café y un cognac. En ese café funcionaba bien el internet así que vacié mi dolor en Facebook, muchos amigos cibernéticos me consolaron. Contemplaba la estatua de la república profanada y no se porqué me dolía tanto, no se que tiene esa plaza que me duele tanto. Me recuerda mucho al Monumento a Benito Juárez en la Heroica Ciudad Juárez. Luego llegó la señora con quien me hospedé en los departamentos de Londres, venía con su hija. Las dos me abrazaron y escucharon con paciencia mi letanía de borracha. Luego se fueron a su hotel y yo, más tranquila y  con menos pesar, regresé al mío. Escribir, no, sólo dormir.
Lautrec
Desperté, tomé un baño, era día de la visita al museo Orsay. Al ingresar nos dieron unos radios a través de los cuales podíamos escuchar un poco sobre las obras. La primer escultura me impresionó mucho, una joven retorciendo su cuerpo sobre una base. Pero eso era solo el inicio, el museo posee una importante cantidad de obras del arte contemporáneo desde art decó, impresionismo, naturalismo, entre los autores se encuentran Van Gogh, Gauguin, Seurat, entre otros. El recorrido de dos horas, pasó tan rápido que solo puedes ir tomando fotos para reflexionar después sobre lo que viste. En la salida me reuní con el grupo y los maestros. La novia de mi profesor acababa de aterrizar. Él se veía muy feliz, con los labios manchados de carmín. Me encanta verlos tan enamorados. Quizá, son estos momentos del amor, los que permanecen eternamente en las relaciones, los inicios, las mariposas en el estómago y los labios de los enamorados inchados de tantos besos. 
 Nos fuimos  caminando hacia Shakespeare and Co. Tomamos un Bordeaux en un café frente a Notre Dame y el Sena, para luego reunirnos con la poeta Heather Hartley, quien nos habló sobre su trabajo, su vida en París y nos impartió un taller. Tenía mucho miedo de presentar un poema, ella no habla español, pero lo hice, no iba a desperdiciar el momento, leer un poema en París, en el jardín junto a la librería Shakespeare en Co. Bueno o malo, lo leí, me atreví. Fue un momento inolvidable. 


Nos sentamos en círculo sobre el pasto. Los maestros, la poeta y los estudiantes graduados, éramos cuatro mujeres y cuatro hombres. Lo que más me gusta de las clases son los talleres, cuando todos leemos y criticamos nuestro trabajo, es donde he aprendido más. Pero aquí, bajo el cielo de París…
San Michel.
 
De regreso al hotel, recordé que no había comprado mi boleto hacia Londres, de donde partiría hacia El Paso. Busqué y compré uno a las 7 de la mañana del viernes. Este día era miércoles y todos esperábamos la cena de despedida, al día siguiente, jueves. Tendríamos el día libre hasta las 7 de la noche.
Madelaine como El Pantheon de Roma

Madelaine custodiada por ángeles en el altar barroco.
Ahora si, era el momento de encontrarme con La Magdalena. Revisé el mapa con cuidado, para no perderme. Dormí en espera de la aventura del día siguiente. Me levante, tomé un baño y bajé a desayunar vestida con una blusa de negra con flores amarillas y naranjas, tipo vestido, que combiné con jeans negros, y, una chamarra corta de color verde soldado completó el atuendo. Mi rizos estaban libres, relajados, como yo. Primero, fui a visitar San Lázaro, que yo creía que era una iglesia y resultó ser una estación, varias cuadras de allí, estaba L'église Sainte-Marie-Madeleine, la Iglesia Santa María de Magdalena. Al principio, no la reconocí, la iglesia parece más bien el Panteón de Roma, efectivamente, su estilo es romano y fue re diseñada como templo en honor a las fuerzas napoleónicas, que luego substituiría el Arco del Triunfo. Su fachada contrasta radicalmente con el interior. El estilo barroco, en plano de cruz, con varias capillas con diferentes santos, nos guía hacia el altar en donde Magdalena se muestra embarazada en una gran escultura de mármol blanco, con mucho movimiento, custodiada por ángeles. Allí, finalmente, recé con oraciones católicas, un Padre Nuestro y Ave María por la salud y bienestar de mis hijos y mi esposo. Prendí una vela blanca y permanecí en silencio, en cuclillas sobre una incómoda silla tejida con hilos de palma. Estaba la misa en curso, una violinista acompañaba a los asistentes en el ritual. Salí, tomé unas fotos panorámicas y continué mi caminata hasta un café en donde almorcé huevos fritos con jamón y ensalada. Acá acompañan los huevos  con lechuga romana. Luego seguí hasta donde mis pies me llevaron, La Sorbona, una de las primeras universidades reconocida como tal en Europa, donde compré algunas cosas para regalar a la familia y finalmente en un puestecito ambulante, comí una crepa con Grand Marnier. Había evitado comer crepas, hasta el final. Sería mi postre y lo logré. Llegué nuevamente a un café, pedí un expreso y me dispuse a observar París, mientras, un grupo de jóvenes deportistas cantaban Happy Birthday en francés y luego el himno de Francia. La gente continúa caminando de un lado para otro, tomando fotos, comprando cosas, bebiendo café y vino, escribiendo, pintando, observando a los demás, tomando notas y fotos. Esto es París.
Para la cena de despedida, cambié mi atuendo por algo más elegante, un vestido negro de Michael Kors que nunca me deja mal, poco maquillaje, cabello al natural, medias negras y zapatos de gamusa negra abiertos de la punta. Me reuní con el grupo a las 6 de la tarde para tomar el metro. En la recepción del hotel, solo estaba la poeta egoísta, con un vestido verde con negro tomándose selfies en el lobby del hotel. Yo hice lo mismo, mientras ella hablaba sobre sí misma a una velocidad desgastante, inteligible solo para quienes la conocen.
Entramos al restaurant en donde nos recibieron amablemente con una ensalada, que yo pensaba era el plato principal, panceta, queso, foie gras, y zanahoria finamente rayada. Luego, el segundo curso —pensé que el primero era el único— eran tres tipos de carne, pollo, cordero y res, acompañado de unas papas con una salsa cremosa, con un sabor exquisito. Para finalizar pastel de chocolate o tarta de manzanas. Finalizamos nuestra estancia en París en un Karaoke bar.
Regresé al hotel a las 2 de la mañana, tenia que estar lista a las 4:30 am. Guardé mis cosas en las maletas, llegó el chofer a las 4:45 am. Nos llevó al aeropuerto. Iba sonámbula. Abordé y tuve que documentar mis maletas. Me cobraron 45 euros, aunque me fue bien, porque me documentaron una gratis. A una de mis compañeras le cobraron más de 100 euros por una sola maleta. Total, me lleve una bolsa de mano y un back pack. Los metí al compartimento del avión, me tocó adelante y dormí todo el viaje. Salimos a las 7:05 y llegamos a la misma hora al aeropuerto Gatwick. Salí totalmente fuera de mis cabales del avión. Olvidé el back pack y solo lo noté cuando ya había pasado la aduana. Después de dos o tres horas tratando de recuperarlo, hablando con los de la aerolínea y por teléfono, se negaron a ayudarme. La perdí. Perdí los cables de conexión de la computadora y el teléfono, la secadora, las cremas, mi perfume Intuición, la joyería, parte de los souvenirs, mi bata para después de salir del baño y una cobija de leopardo que me había prestado mi hija para el viaje. Perdí la conexión con el mundo y el cobijo de la familia por unas horas, perdí la cordura. El camino al aeropuerto Heatrow fue otra odisea, no sabia que hacer, así que después de mucho caminar en círculo, tomé un tren hacia la estación Victoria en Londres y luego el metro a Heatrow. Varias veces me perdí en el Tube, iba y venía en la misma estación, cuando solo se trataba de cambiar de plataforma para llegar a la terminal 3 del aeropuerto. Compré chocolates y papitas fritas. Bastante cansada y con la depresión incrementada, contraté un hotel y el camión que me recogería al  día siguiente. Finalmente regresé a mi  tierra.
El aprendizaje que más valoro de esta aventura, es la reconciliación con mi tierra, mis raíces, mi desierto, el calor, el frio invierno, mi Sierra Tarahumara, mis frijoles, chilaquiles, mis chiles jalapeños, mis hijos, mi esposo, mis padres, mis hermanos, mis universidades UTEP y UACJ, mi cultura fronteriza, mi Heróica Ciudad Juárez, Chihuahua, frontera con El Paso, Texas, mi tierra Mexico-Estadounidense, mis obras, mis escritos, mis pinturas, mi casa.