Bienvenida
a Paris: Yo Soy Charlie Hebdo
Llegamos
a París, a través del tren subterráneo que parte de Londres hacia Francia. Gran
experiencia hubiera tenido mi padre, maquinista de camino, durante toda su vida
manejando trenes. 30 años en el ferrocarril mexicano, ahora retirado. Desperté
cuando los pequeños pueblos franceses asomaban por la ventana del tren. Nada
sentí extraño al cruzar el canal. Todavía medio dormida, bajé maletas y me
acomodé en el camión destinado para el grupo de estudiantes con quienes
viajaba. Acomodada en el asiento rojo, forzaba mis ojos para que mi mente
asimilara la belleza que esperaba de la famosa ciudad. Un gran choque y golpe a
mis prejuicios e ignorancia recibí cuando el monumento a la República, estaba
totalmente profanado. El calor de mi cuerpo derretía en sudor bajo mis axilas
mientras bajaba mis maletas para comerme París a bocanadas, ansiosa por digerir
las primeras muestras arquitectónicas: grafitis por todas partes.
Deseaba
fervorosamente darme un baño y relajarme un rato para salir a la conquista de
la Ciudad de las Luces. Tal fue mi sorpresa al ser asignada al séptimo piso,
con dos jovencitas sonrientes e ingenuas. El cuarto contaba con tres pequeñas
camas y un baño, con dos triángulos por cortinas, transparentes, viejas y
sucias. Podíamos ver todo París por la ventana y por la misma ventana, todo
París podría observarnos desnudas al bañarnos, cambiarnos o sentarnos en la
taza del baño. Qué mas da, es París y ¿Quién nos conoce en París? En París el
espacio es el único problema. Esto es París. Golpe triple a la comodidad a la
que Estados Unidos tiene acostumbrados a sus habitantes. No importó. Las quejas
de los otros estudiantes no se hicieron esperar: había seis chicas en un solo
cuarto con cinco camas, había estudiantes que se quejaban de la limpieza, de
horrorosas manchas en las sábanas y paredes y, hasta de animales. “Los animales
no están aquí, los traen los turistas” dijo molesta la empleada del hotel.
Trato de conectarme a la internet. No se puede, cambio de cuarto, se queda mi
nombre en el otro y pierdo todo contacto con mi familia. De mi teléfono tampoco
salen mensajes. Mi hijo accidentado y yo sin saber de ellos.
Salgo a
caminar temprano en la mañana de domingo, la nomenclatura en la esquina de la calle
Charlot tiene un pegote de papel al final de la palabra “lot” es substituido
por “lie”, el hotel está ubicado frente a la bolsa de trabajo y enseguida hay
un tienda de cómics. En la esquina está un café, cruzo la calle y veo el inicio
de la Plaza de la República, que hoy está llena de actividad. El café esta
lleno, los corredores vienen arribando, deportistas de todo el mundo reunidos
con sus grupos cantan himnos nacionales y hondean banderas. Camino un poco para
conocer a detalle la gran plaza. Hay mucha basura, papeles, volantes, botellas
vacías de agua. Las sirenas de las ambulancias y la policía se escuchan
constantemente. La contaminación ambiental tiene encendido el foco rojo, tanto
en ruido como en smog. Tomo fotos y un vagabundo sentado en una banca de
madera, me dice “no foto”. Mucha gente se toma fotos frente la estatua de la
República profanada por el aerosol y los volantes en apoyo a Charlie Hebdo.
Regreso al café La République, tomo lugar entre la gente que habla francés.
Aquí si puedo entrar al internet. Nada creativo se me ocurre para la clase,
solo un lamento por el estado tan caótico con el que me recibe la Ciudad de Las
Luces. Estoy en shock.
En
automático, de regreso al hotel, tomo un baño. Iremos de visita a las oficinas
de ISA para una orientación. Vamos en tren subterráneo, todas las entradas y
salidas para mí son lo mismo, una telaraña de viuda negra. Lo que más me llama
la atención son las manifestaciones artísticas. Por un lado, la gráfica a
través de todas las paredes, estoy tomando fotos de lo más interesante para
compartirlo con mis alumnos de la universidad en Juárez. Una y otra vez,
músicos aparecen en los pasillos rumbo a las plataformas cantando y tocando y
hasta con perros de compañía. Tomo video pero algunos no les gusta.
Nos
dirigimos a las oficinas de ISA, entramos a una plaza con centros históricos,
mi vista no se había levantado del piso desde días atrás. ¿Alguna vez han
escuchado el llamado de la arquitectura? esta es mi primera experiencia. Las
piedras de la construcción me hablaban, mi estómago estaba inquieto, las
paredes me urgían que volteara a su construcción. Pregunté qué era mientras
alzaba la vista “it’s amazing”, exclamé con el corazón. Esta frase adoptada por
mis compañeritas estudiantes como la más significativa de mi comportamiento.
Notre Damme, la catedral de Nuestra Señora de París, me exigía recorrerla, tome
fotos de todos los ángulos, mientras caminábamos de prisa a la orientación.
Entramos
a un edificio y nos dirigimos al sótano, me imaginaba a los escribanos
medievales mientras nos decían que no usáramos escote si usábamos minifalda,
que no hiciéramos contacto visual con la gente y que cuidáramos nuestra bolsa
de los ladrones de bolsillo. Las piedras y la vieja humedad, me asfixiaban y
adormecían, quería salir corriendo de allí. Salimos y nos sentamos en el café a
tomar una copa de vino, más vacía que a la mitad, a la usanza francesa.
Regresamos al hotel muy cansados, por primera vez, mis pies se hicieron
conscientes en mi cuerpo. Estaban cansados y lastimados por el aumento en el
millaje de la caminata parisina. Mi compañera de cuarto en Londres, llegó a ser
tan cercana a mí, que me buscó para tomar su te nocturno y yo mi vino. En el
café-bar de la esquina, los profesores descansaban cada uno en una silla, se
veían más cansados, como nunca antes. Nosotras seguimos hasta un lugar donde
sirvieran agua caliente para que mi compañera se tomara su te.
Así
inició Paris.
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