Deprimida, y con diferente compañera de cuarto. No
tenía ningún plan para ir a ninguna parte además de los museos, la lectura y
taller literario con la poeta Heather Hartley. Después de una noche inquieta,
ya que la joven estudiante estuvo en el teléfono durante algunos momentos de la
noche. Por fin descansé un poco, me levanté a almorzar temprano, yogurt con
frutas, café y un croissant. La soledad acompañaba la intuición de mis pasos
adoloridos, guiados hacia la novedad de La Ciudad de las Luces.
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Profanación de La Républiqué |
El domingo era mi día libre. No tenía plan con
nadie, las jóvenes de la licenciatura, tenían sus propias rutas. Observé el
mapa y con descuido ubiqué el museo Picasso y después caminaría hacia donde me
llevaran mis pies. El museo fue una gran experiencia. El entrar, ignoré por
completo al guardia, quien desesperado me llamaba suavemente “madam, madam… madam!” Giré mi cabeza un
poco confundida, nunca antes alguien me había llamado madam. Dijo algunas frases que no entendí, luego le pregunté
“English? ¿Español?” tenía que comprar un boleto, me mandó a una fila, donde me
dieron acceso al módulo y entré al Museo Picasso. Ahí se encuentran muchos
bocetos y obras del pintor español. Había mucha gente y constantemente sonaba
la alarma que vigila que no se acerquen demasiado a las pinturas. Tres pisos
estaban repletos de mujeres, hombres y toreros representados en diversos
tiempos, posiciones y técnicas, además études
de otras obras. Salí del museo después de recorrer toda una época del arte
contemporáneo. Mis pies se adaptaron al dolor del viejo camino, que
intuitivamente me llevaba a conocer lo necesario de París. Tal vez lo habría
caminado en otra vida, porque, con tal seguridad me desplacé por las angostas
callecitas. Llegué a una iglesia San Pablo, pensé en depositar una vela por la
salud de mi hijo y de su padre, que con mi viaje se había enfermado de los
nervios y las hemorroides lo tenían a dieta. Pero no, eso lo haría en La
Madelaine. Llegué a Bastille y comencé a pensar en regresar a la plaza de la
República. Lo hice por intuición, vi la calle Voltaire y tomé su mano, confié
en su espíritu. Caí exactamente en un café en frente de la plaza Republique. Me
senté en la esquina contraria a mi café favorito. Pedí un vino y mientras
observaba a los paseantes. El tráfico nunca se detenía, la gente iba y venía en
bicicleta, caminando por las banquetas o en auto. Tres carros se detuvieron con
el rojo del semáforo. Repentinamente, del segundo carro en la línea frente a
mí, se abrió la puerta de atrás y una mujer en bicicleta se estrelló con ella.
La mujer calló furiosa muy cerca de mis pies. Alta, de piel obscura y de
complexión fuerte, se levantó sacudiéndose, moviendo sus manos con fuerza y le
dijo tantas cosas a las pasajeras del carro que no entendí, pero supe por el
tono que estaba furiosa. Las señoras del coche la miraban asustadas. Ella se
fue y de las mujeres del coche, una continuó caminando hacia el metro, la otra
regresó al automóvil. Me tomé el último trago de vino y algunas papitas fritas,
cortesía del restaurant. Regresé al hotel. Mi compañerita ya estaba en su cama,
con la cabeza dentro de su teléfono y la televisión prendida —no hablaba ni
entendía francés, creo que para no sentirse sola o arrullarse. Mi familia usa
ese recurso para dormir. El cuarto se
sentía sofocado. Me regresé a la calle. Busqué de nuevo un café y me senté a
tomar otra copa de vino, esta vez champagne. Ya sentada en espera de mi bebida
observaba alrededor, una pareja se besaba con pasión en una mesa frente a mí.
Atrás, una bella joven bebía y se embebía en su celular. Observé en frente una
escuela para el comportamiento, un pequeño negocio de crepas en una esquina, la
mayoría de los negocios tenían las cortinas de metal cerradas a esa hora, eran
como las 10 de la noche, o del atardecer porque aquí el crepúsculo llega más tarde,
y de repente llegó uno de los maestros. Él estaba hambriento, platiqué cosas
interesantes sobre las clases y París. Recuerdo que él dice que lo mejor que se
puede hacer en París, es no hacer nada, solo sentarte y observar. Buscaba la
cercanía de los maestros porque los estudiantes de licenciatura no se tomaban
el tiempo para platicar de literatura, arte o autores, vivían una vida muy
acelerada, querían comerse París en minutos. Y los estudiantes graduados
simplemente eran una trinidad herméticamente custodiada por la figura femenina de
una poeta egoísta, necia y arrogante.
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Latin Quarter |
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Cortázar y Dunlop |
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Mensajes para Cortázar |
El lunes fuimos al Louvre, tenía mucha curiosidad
por conocer las obras que alguna vez había visto en mis clases de Historia del
Arte. Es toda una odisea entrar en el enorme museo. Las obras que allí
pernoctan, varían desde la antigüedad hasta el renacimiento. Es increíble, la
dinámica para ver a La Monalisa, quien es toda una diva. Te enfrentas a una
estampida de turistas queriendo tomar la foto de la famosa pintura. Uno se echa
un clavado entre los humores, alientos y cuerpos de gente de todas partes del
mundo, para poder acceder a la cercanía de cuatro metros de distancia frente a
ella. Ella, cruzada de brazos con su sonrisa sutil, de óleo, congelada en el
tiempo, orgullosa, protegida tras la barrera de un cubo de cristal, alarmas y
una docena de guardias, nos observa tranquilamente. Ta vez Da Vinci, nos observa
desde otra dimensión a través de esta obra. Leonardo construyó una imagen de si
mismo bastante atractiva. Tiene 16 obras, lo demás son bocetos. Era conocido
por ser procastinador. Si, muy creativo pero pocas obras llevó a la realidad. Es
la Gioconda un fenómeno extraño, algo parecido sucede con Afrodita y la Esfinge.
Las demás obras, que son tan buenas o mejores, pueden se vistas con
tranquilidad y hasta puedes sentarte a contemplarlas. Regresamos a un pasillo
donde nos tiramos a esperar a los demás, yo puse mi espalda sobre el piso, me
quité los huaraches y levanté mis pies sobre la pared. Mis ancestros
tarahumaras, aquellos de los pies descalzos estarían orgullosos de mi. Al salir
del museo fuimos caminando en dirección a la Torre Eiffel. Nos tomamos algunas
fotos de grupo bajo el Arco del triunfo, pasamos por el antiguo obelisco egipcio y de allí tomamos el
metro hacia la torre. Este día caminamos más de 8 millas, nuestros cuerpos nos
obligaban a concienciarnos de su existencia, dolor, dolor y más dolor, pero
nadie renunció a la experiencia. Caminamos, caminamos hasta que apareció
erguido el magnificente monumento de acero. Las ganas de orinar exigieron que
se les concediera importancia. Un grupo de cinco o seis chicas y yo corrimos en
búsqueda de un baño. Después de una larga caminata dimos con uno, bajo la torre
pero estaba cerrado. “Por allá hay uno” Vamos en un carrito, ya no aguanto,
dije a las jóvenes, y pagué diez euros a un pequeño carruaje turístico, para
encontrarlo. Era un baño público, de limpieza automática que toma su tiempo y
de los que hay por todo París. Había una fila como de veinte personas. Corrimos
hacia un café, y allí, pedimos ayuda, el mesero nos detuvo para preguntar si
íbamos a consumir, así que comimos en este café. Las chicas pastas carbonara,
bolognesa, hamburguesas, sándwiches, entre otros, yo quiché con jamón. Tomamos
unas copas de vino y al final hicimos un día de campo, para ver el atardecer y
la torre en la noche con las luces encendidas. La convivencia fue bastante
divertida, jugamos a contar tres historias, una de ellas sería mentira. Una
práctica literaria que desconocía. Creo que me regreso a la licenciatura. El
regreso en el subterráneo fue divertido, muy relajado y lleno de risas y
diversión. Un hombre parecía haberse enamorado de mí mientras en mi borrachera
les gritaba a los franceses dentro del vagón, que ellos se creían mucho porque
eran descendientes de Magdalena y Cristo. El hombre pareció causarle gracia mi
desfachatez de borracha que se acercaba a mi y me decía cosas suaves en
francés. Jorge, un joven y talentoso escritor,
a quien conocí en el Diario de Juárez, era mi celestino. El hombre me
hizo señas de que bajara con él. Pero no, soy una mujer casada y no estoy en
posición de aventuras extramaritales y menos tan lejos. Se despidió de mi con
un beso en cada mejilla, una estación antes de nuestro destino. Bajamos en
Republique y dormimos todos bien, hasta mi compañera, quien masturba su cerebro
con su teléfono toda la noche. París es de noche cuando en América es de día.
El cuarto día, Martes, después del desayuno, nos
fuimos en el metro al tour caminata Writers, artists & intelectual in the
Latin Quarter —St Germain des Prés. Bajamos del metro en San Michel, allí se
encuentra una iglesia del mismo nombre, que tiene una gran estatua del arcángel
Miguel en su fachada. Se ubica cerca del Sena y desde aquí se ve la catedral
de Notre Dame. Esta área es particularmente conocida por que aquí se localizan
departamentos donde vivieron importantes personajes de la música, la literatura
y la pintura. Tales como Josephine Baker, una actriz de cabaret y activista en
pro de los derechos civiles. Mucha gente vino aquí exiliada, ya que en sus
países no se les permitía ejercer sus profesiones. Aquí llegó también el jazz,
artistas visuales, intelectuales y filósofos. Vimos donde vivió Burroghs, James
Baldwin, Gertrude Staines, que escribió Melatina, tenía buena relación con
Sartre y Behaviour. También Richard Right, Henry Turner y Carol Dunlop.
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Dia de Campo en Torre Eifel |
Mientras la guía nos enseñaba una gran puerta y
comentaba que la gente en Francia prefería guardar su intimidad porque la
consideraba sagrada y para prevenir las malas intenciones de los extraños, me
acerqué con descuido al frente del grupo para entrar y tomar una foto del
interior, tropecé con una pieza de acero que sostiene la puerta y mi huarache
se rompió. Caminé un rato con la sandalia rota, pero en cuanto nos dio tiempo
para descansar corrí hasta encontrar una zapatería. Entré a la pequeña tienda,
escogí rápido unos huaraches fabricados en Francia, mientras la dependienta me
decía que había estado en El Paso, Texas, una vez que voló de Los Ángeles a
Austin. 80 euros valían la pena para sanar mis pobres pies que estaban
desarrollando un callo en la planta. Nada que mis pies Rarámuris no pudieran
soportar. Salí corriendo de la tienda mientras por los audífonos que nos
proporcionó la guía de turistas, escuchaba al grupo platicar muy cerca, a la
siguiente cuadra estaban todos. Compré una empanada y una ensalada en un restaurant
que tenia refrigerador de cristal afuera del local. Vendía lonches y sodas,
digo baguettes preparados con carnes frías y otras bebidas. La empanada estaba
cruda —así me la comí.— y la ensalada se me olvidó por días en la bolsa de los
zapatos, abandonada en el cuarto del hotel. —No me gustaba mi cuarto y no
quería estar allí. Prefería re-conocer los caminos de París.—
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La gráfica en París... |
Nos señaló un
café donde comían todos los artistas. Me vi allí, quise regresar, pero no pude.
Luego nos fuimos a caminar a los jardines de Luxemburgo y al panteón Montmartre.
Una estudiante de licenciatura me dijo que fuéramos al cementerio donde está
enterrado Cortázar y yo me dejé llevar. Allí encontré también la tumba de
Simone de Behaviour y Jean Paul Sartre, también la de Porfirio Díaz y muchos
artistas escritores, pintores y escultores, tome algunas fotos de las tumbas.
Dejamos mensajes en papel bajo una piedra, a Simone y Cortázar. Ellos tienen
muchos mensajes, pero Simone y Sartre tienen además, besos en la lápida. No
sabía de estos rituales. Ni siquiera me tomo el tiempo de visitar a mis
familiares muertos en Juárez… Me llamó mucho la atención cuando un hombre
estaba grabando el epitafio en la tumba del alguien. Eso me parece muy poético,
pensar que puede decir tu tumba, mientras estás vivo. El hombre estaba sentado
en la lápida y con un cincel golpeado por un martillo, con mucha paciencia, grababa
una lectura sobre el mármol negro, parecía un fantasma. ¿Qué quisieras que
dijera tu epitafio?
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¿Qué te gustaria que se escribiera en tu epitafio? |
Luego corrimos a la Mansión de Víctor Hugo, cerca de
Bastille, tardamos un buen rato en dar con ella, pero al final valió la pena
ver la habitación del autor de Los Miserables. Es interesante respirar donde un
escritor importante, ahora fallecido, ejercía su arte. También pasamos por el
departamento donde Picasso pintó el Guernica. De allí caminamos por toda la
Avenida República hasta llegar al café República para disfrutar de la deliciosa
comida francesa. Yo opté por el Foie Gras, la mayoría comían pastas
—generalmente comían pasta, pizza y crepas, un profesor pidió un plato de
quesos y el otro sopa de cebolla. Acompañamos nuestra comida con Bordeaux, que
es generalmente el vino de la casa. La calle era una continua estampida de
turistas, transeúntes y nativos. Después de que los compañeros del viaje se
retiraron, me quedé en el café y me senté en una silla frente a la plaza, para
entregarme a la observación. En cuanto la soledad, en medio de miles de
personas me rosaba el corazón, las lágrimas del Sena empezaron a correr por mis
mejillas. “es hora de recurrir al vino, aconsejó
un amigo desde Amsterdan.” El mesero preguntó “Are you ok madam?” Si, solo estoy
nostálgica, le dije, mientras la estatua profanada de la Republica se deformaba
a través del líquido lagrimal. Pedí un café y un cognac. En ese café funcionaba
bien el internet así que vacié mi dolor en Facebook, muchos amigos cibernéticos
me consolaron. Contemplaba la estatua de la república profanada y no se porqué
me dolía tanto, no se que tiene esa plaza que me duele tanto. Me recuerda mucho
al Monumento a Benito Juárez en la Heroica Ciudad Juárez. Luego llegó la señora
con quien me hospedé en los departamentos de Londres, venía con su hija. Las
dos me abrazaron y escucharon con paciencia mi letanía de borracha. Luego se
fueron a su hotel y yo, más tranquila y
con menos pesar, regresé al mío. Escribir, no, sólo dormir.
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Lautrec |
Desperté, tomé un baño, era día de la visita al
museo Orsay. Al ingresar nos dieron unos radios a través de los cuales podíamos
escuchar un poco sobre las obras. La primer escultura me impresionó mucho, una
joven retorciendo su cuerpo sobre una base. Pero eso era solo el inicio, el
museo posee una importante cantidad de obras del arte contemporáneo desde art
decó, impresionismo, naturalismo, entre los autores se encuentran Van Gogh,
Gauguin, Seurat, entre otros. El recorrido de dos horas, pasó tan rápido que
solo puedes ir tomando fotos para reflexionar después sobre lo que viste. En la
salida me reuní con el grupo y los maestros. La novia de mi profesor acababa de
aterrizar. Él se veía muy feliz, con los labios manchados de carmín. Me encanta
verlos tan enamorados. Quizá, son estos momentos del amor, los que permanecen
eternamente en las relaciones, los inicios, las mariposas en el estómago y los
labios de los enamorados inchados de tantos besos.
Nos fuimos
caminando hacia Shakespeare and Co. Tomamos un Bordeaux en un café
frente a Notre Dame y el Sena, para luego reunirnos con la poeta Heather
Hartley, quien nos habló sobre su trabajo, su vida en París y nos impartió un
taller. Tenía mucho miedo de presentar un poema, ella no habla español, pero lo
hice, no iba a desperdiciar el momento, leer un poema en París, en el jardín
junto a la librería Shakespeare en Co. Bueno o malo, lo leí, me atreví. Fue un
momento inolvidable.
Nos sentamos en círculo sobre el pasto. Los maestros, la
poeta y los estudiantes graduados, éramos cuatro mujeres y cuatro hombres. Lo
que más me gusta de las clases son los talleres, cuando todos leemos y
criticamos nuestro trabajo, es donde he aprendido más. Pero aquí, bajo el cielo
de París…
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San Michel. |
De regreso al hotel, recordé que no había comprado
mi boleto hacia Londres, de donde partiría hacia El Paso. Busqué y compré uno a
las 7 de la mañana del viernes. Este día era miércoles y todos esperábamos la
cena de despedida, al día siguiente, jueves. Tendríamos el día libre hasta las
7 de la noche.
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Madelaine como El Pantheon de Roma |
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Madelaine custodiada por ángeles en el altar barroco. |
Ahora si, era el momento de encontrarme con La
Magdalena. Revisé el mapa con cuidado, para no perderme. Dormí en espera de la
aventura del día siguiente. Me levante, tomé un baño y bajé a desayunar vestida
con una blusa de negra con flores amarillas y naranjas, tipo vestido, que
combiné con jeans negros, y, una chamarra corta de color verde soldado completó
el atuendo. Mi rizos estaban libres, relajados, como yo. Primero, fui a visitar
San Lázaro, que yo creía que era una iglesia y resultó ser una estación, varias
cuadras de allí, estaba L'église Sainte-Marie-Madeleine, la Iglesia Santa María de Magdalena. Al principio, no la reconocí, la iglesia
parece más bien el Panteón de Roma, efectivamente, su estilo es romano y fue re
diseñada como templo en honor a las fuerzas napoleónicas, que luego
substituiría el Arco del Triunfo. Su fachada contrasta radicalmente con el
interior. El estilo barroco, en plano de cruz, con varias capillas con
diferentes santos, nos guía hacia el altar en donde Magdalena se muestra
embarazada en una gran escultura de mármol blanco, con mucho movimiento, custodiada
por ángeles. Allí, finalmente, recé con oraciones católicas, un Padre Nuestro y
Ave María por la salud y bienestar de mis hijos y mi esposo. Prendí una vela
blanca y permanecí en silencio, en cuclillas sobre una incómoda silla tejida
con hilos de palma. Estaba la misa en curso, una violinista acompañaba a los
asistentes en el ritual. Salí, tomé unas fotos panorámicas y continué mi
caminata hasta un café en donde almorcé huevos fritos con jamón y ensalada. Acá
acompañan los huevos con lechuga romana.
Luego seguí hasta donde mis pies me llevaron, La Sorbona, una de las primeras
universidades reconocida como tal en Europa, donde compré algunas cosas para regalar
a la familia y finalmente en un puestecito ambulante, comí una crepa con Grand
Marnier. Había evitado comer crepas, hasta el final. Sería mi postre y lo
logré. Llegué nuevamente a un café, pedí un expreso y me dispuse a observar
París, mientras, un grupo de jóvenes deportistas cantaban Happy Birthday en
francés y luego el himno de Francia. La gente continúa caminando de un lado
para otro, tomando fotos, comprando cosas, bebiendo café y vino, escribiendo,
pintando, observando a los demás, tomando notas y fotos. Esto es París.
Para la cena de despedida, cambié mi atuendo por
algo más elegante, un vestido negro de Michael Kors que nunca me deja mal, poco
maquillaje, cabello al natural, medias negras y zapatos de gamusa negra
abiertos de la punta. Me reuní con el grupo a las 6 de la tarde para tomar el
metro. En la recepción del hotel, solo estaba la poeta egoísta, con un vestido verde con negro tomándose
selfies en el lobby del hotel. Yo hice lo mismo, mientras ella hablaba sobre sí
misma a una velocidad desgastante, inteligible solo para quienes la conocen.
Entramos al restaurant en donde nos recibieron
amablemente con una ensalada, que yo pensaba era el plato principal, panceta,
queso, foie gras, y zanahoria finamente rayada. Luego, el segundo curso —pensé
que el primero era el único— eran tres tipos de carne, pollo, cordero y res,
acompañado de unas papas con una salsa cremosa, con un sabor exquisito. Para
finalizar pastel de chocolate o tarta de manzanas. Finalizamos nuestra estancia
en París en un Karaoke bar.
Regresé al hotel a las 2 de la mañana, tenia que
estar lista a las 4:30 am. Guardé mis cosas en las maletas, llegó el chofer a
las 4:45 am. Nos llevó al aeropuerto. Iba sonámbula. Abordé y tuve que
documentar mis maletas. Me cobraron 45 euros, aunque me fue bien, porque me
documentaron una gratis. A una de mis compañeras le cobraron más de 100 euros
por una sola maleta. Total, me lleve una bolsa de mano y un back pack. Los metí
al compartimento del avión, me tocó adelante y dormí todo el viaje. Salimos a
las 7:05 y llegamos a la misma hora al aeropuerto Gatwick. Salí totalmente fuera de mis
cabales del avión. Olvidé el back pack y solo lo noté cuando ya había pasado la
aduana. Después de dos o tres horas tratando de recuperarlo, hablando con los
de la aerolínea y por teléfono, se negaron a ayudarme. La perdí. Perdí los
cables de conexión de la computadora y el teléfono, la secadora, las cremas, mi
perfume Intuición, la joyería, parte de los souvenirs, mi bata para después de
salir del baño y una cobija de leopardo que me había prestado mi hija para el
viaje. Perdí la conexión con el mundo y el cobijo de la familia por unas horas,
perdí la cordura. El camino al aeropuerto Heatrow fue otra odisea, no sabia que
hacer, así que después de mucho caminar en círculo, tomé un tren hacia la
estación Victoria en Londres y luego el metro a Heatrow. Varias veces me perdí
en el Tube, iba y venía en la misma estación, cuando solo se trataba de cambiar
de plataforma para llegar a la terminal 3 del aeropuerto. Compré chocolates y
papitas fritas. Bastante cansada y con la depresión incrementada, contraté un
hotel y el camión que me recogería al
día siguiente. Finalmente regresé a mi
tierra.
El aprendizaje que más valoro de esta aventura, es
la reconciliación con mi tierra, mis raíces, mi desierto, el calor, el frio
invierno, mi Sierra Tarahumara, mis frijoles, chilaquiles, mis chiles jalapeños,
mis hijos, mi esposo, mis padres, mis hermanos, mis universidades UTEP y UACJ, mi
cultura fronteriza, mi Heróica Ciudad Juárez, Chihuahua, frontera con El Paso,
Texas, mi tierra Mexico-Estadounidense, mis obras, mis escritos, mis pinturas,
mi casa.